Si usted, lector, hace el ejercicio de preguntarle a una herramienta de inteligencia artificial qué opina sobre la existencia de Dios, es probable que su respuesta sea que no tiene respuesta. Si interroga a ChatGPT sobre sus sentimientos, le dirá que no los tiene y que no está programada para tenerlos; y ni siquiera se planteará el sentido del dolor, del amor o de la propia existencia. Resulta que el mito, como algunos la han calificado, de la inteligencia artificial es incapaz de suplir aquello que nos hace auténticamente humanos, como la emoción, la conciencia y el sentido de la trascendencia.
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