Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2024
En el imaginario colectivo bíblico y eclesial siempre ha estado presente la imagen del camino para reflejar lo que supone la experiencia de Dios o la propia vida personal o colectiva. El camino nos habla de horizonte, de compañeros, de proceso, de proyecto… En la JMMR se nos invita a revisar cómo es nuestro camino, con quién caminamos, cómo nos relacionamos los que hacemos juntos el camino, qué camino estamos tomando como sociedad…
Somos conscientes de que la movilidad humana es una de las señas de identidad de nuestra época. Esta ha cobrado un gran impulso por la interconexión que disfrutamos. A esto contribuyen las migraciones, la cultura del ocio y del turismo, los negocios o el deporte, las comunicaciones. Millones de datos personales recorren o navegan cada segundo a miles de kilómetros de distancia en ese lugar llamado Internet.
También en la tradición bíblica todo es movimiento desde el principio de la creación hasta el final de la historia. Todos los libros y los principales personajes referentes en el Antiguo y el Nuevo Testamento están en movimiento, desde las puertas del Edén hasta la nueva Jerusalén. Todos aquellos que caminan de un lugar a otro, de una ciudad a otra, de una costa a otra, de un corazón a otro forman parte de un mismo pueblo. Un pueblo con el que, no lo olvidemos, Dios camina desde el principio. Israel es un pueblo que se configura desde los caminos, como recuerda el Éxodo: su experiencia de Dios se profundiza en el largo tránsito hacia la tierra prometida, en el camino de liberación. La misma Iglesia está fundada en Jesucristo y sus apóstoles y discípulos itinerantes, diversa y abierta al mestizaje desde el comienzo en Pentecostés, misionera gracias a quienes migraban o viajaban abandonando en parte la seguridad de la iglesia de referencia en Jerusalén. ¡Qué bien nos hace profundizar en esta realidad para ampliar la mirada estática sobre nuestra Iglesia y su historia! Las fuentes de nuestra fe y nuestra historia no se agotan en el lugar donde nació la Iglesia, sino que brotando desde allí se han convertido en un río que da vida allá por donde pasa su corriente, extendido por todos los puntos cardinales.
Israel y la Iglesia son testigos no solo del Dios que camina con Su pueblo, sino del Dios que camina en el pueblo, que se identifica y se revela con los caminantes, migrantes, peregrinos, huéspedes y refugiados. Sabemos que, con la encarnación, Dios se ha unido todavía más estrechamente a una humanidad siempre en camino. ¿Cómo obviar la propuesta que aparece en Mateo 25 para quien quiera encontrar al Dios de Jesús? Jesús se identifica con todo hombre y mujer en camino a través de la historia, sobre todo con los más vulnerables y marginados, los primeros destinatarios de la buena noticia del Redentor. «Fui extranjero y me acogisteis». «A mí me lo hiciste, o a mí me lo dejaste de hacer». No olvidemos este criterio de conducta que verifica la autenticidad de nuestra experiencia religiosa y de nuestro seguimiento de Jesús.
Hoy seguimos al Señor Jesús en comunidad. Así ha sido siempre, en comunidades pequeñas, territoriales o de referencia que conforman la misma Iglesia en todas partes. La catolicidad, que es una de las notas de la Iglesia, nos abre a la diversidad, al mestizaje que se ha hecho realidad en tantos momentos históricos y lugares, al encuentro de culturas, diversidad en armonía, unidad y no uniformidad. Nuestro tiempo lo pone cada vez más de manifiesto.
Nuestra lectura de la historia nos habla de pertenecer al pueblo santo de Dios en marcha hacia la patria definitiva. «Somos ciudadanos del cielo», nos dice san Pablo: todas las demás, siendo importantes, son relativas. Nuestra meta, por tanto, es la comunión con el amor de Dios una vez que hayamos vivido nuestra pascua personal. Sabemos que no todos nuestros conciudadanos o vecinos comparten esta creencia, pero a nosotros nos sitúa en este tiempo y en este espacio. Desde esta mirada sobrenatural y esa esperanza aprendida en el seguimiento al Señor Jesús, se descubre dónde se motiva el valor, la entrega y creatividad de tantos hombres y mujeres que dejaron en la historia una huella de bondad que hizo el mundo más habitable.
Este año, el papa Francisco, al recordarnos en el mensaje para la JMMR 2024 que Dios camina con Su pueblo, nos despierta la conciencia a la constatación de ese vínculo de amor y ternura que Dios establece con nosotros; nos invita a profundizar en el don de la catolicidad y en la misión desde la catolicidad y el caminar juntos, caminando con y en el Señor Jesús. También la
reciente exhortación pastoral Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes es una oportunidad para profundizar en este camino compartido. Con este documento la Iglesia en España pone a disposición de las diócesis y comunidades un instrumento para profundizar en esa experiencia y extraer consecuencias prácticas de ella.
Los obispos de la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y la Movilidad Humana invitamos a todo el pueblo santo de Dios que peregrina en España a leer la exhortación con calma, personal y comunitariamente: quizás nos ayude a sintonizar más con el Evangelio y con el Dios que camina con y en Su pueblo. También puede contribuir a conformar ese nosotros amplio e integrador del que cada uno forma parte.
Hemos de reconocer que todavía tenemos zonas de sombra en nuestro mirar y actuar personal o comunitario respecto a las personas migradas o refugiadas, como señalamos en el documento. Elementos que vemos con preocupación y que hemos de
purificar con la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia. Hemos de vigilar para que las ideologías no determinen, ni contaminen esa mirada, no adulteren el depósito de la fe. Una fe que se expresa también en fraternidad y solidaridad, en
caridad personal y social, tal y como hemos descubierto en Jesucristo y su Iglesia desde siempre. Evitemos reduccionismos que, con la excusa de la legítima diversidad de opciones o visiones políticas, agrieten la comunión entre católicos y la comunión con los más empobrecidos, aquellos con quienes Cristo se sigue identificando. Por ello, no los idealicemos, pero tampoco los despreciemos o problematicemos. No son mejores ni peores que nosotros, son «nosotros». A todos nos dirige hoy el Señor su palabra para que le hagamos sitio y le dejemos entrar en nuestras vidas. Él nos conduce a la patria celestial, donde no habrá ya separación en función de las nacionalidades sino solo en función de la pregunta: ¿has amado sin medida? «A mí me lo hiciste».
Constatemos la enorme alegría de saber que Dios camina con Su pueblo, en descubrir que tiene un plan de fraternidad y en conocer cómo lo hace desde la ternura, la misericordia y la confianza que deposita en cada una de sus criaturas. Con la fuerza del Espíritu que une lo diverso, pidamos que trabajemos por convertirnos en comunidades que acompañan, acogen e integran.
Subcomisión Episcopal para las Migraciones y Movilidad Humana
